viernes, 9 de abril de 2010

Buscando al Abuelo

  


Antonio Cabrero Santamaría 
Alcalde de Pitillas asesinado en 1936


"La Vara de la Libertad
   la lleva quien la merece
    la lleva Antonio Cabrero
    y en sus manos resplandece"


 Ponzano 15 del 12 de 1903 - Fuentebella 3 del 9 de 1936


Este espacio va a ser utilizado para mostrar los testimonios que vamos encontrando y recopilando en la búsqueda del abuelo Antonio, que un 20 de Julio de 1936 partió de Pitillas, acosado por un grupo armado de derechas, el cual, le arrebató, a través del cura, y en nombre de Franco, La Vara de Alcalde.

Es, nuestro homenaje a su memoria, a la de su mujer y sus compañeros, a la de aquellas personas asesinadas y desaparecidas por los barrancos y cunetas del Estado. Es la deuda con Juliana, la abuela, quien trabajó duro para sacar la familia adelante. Es por tanto nuestro deber.


La fotografía, es la única que se conservó en la familia, Juliana, me la regaló cuando yo era chaval, diciéndome:


"Toma, este era tu abuelo, que sería de él..."

Desde entonces, encontrar sus restos y divulgar
la historia de lo sucedido ha sido nuestro deseo. 

Ander Cabrero. lavaradelalibertad.blogspot.com




Pitillas, julio de 1936 Guerra Civil. La Vara de la Libertad

Todavía éramos pequeños, creciendo en el seno de una familia socialista. En los primeros días de Julio de 1936, David Jaime (compañero y amigo de nuestro padre), se acerca a Pitillas y comenta en círculos republicanos que la derecha prepara armas, y por la información que a él le han dado “la consigna es matar a todos y muerto el pero se acabó la rabia”. David le plantea a mi padre marchar juntos hacia Ponzano (Huesca) para refugiarse pensando que en poco tiempo pasaría todo. Asegura que la información se la han dado personas allegadas de ideología Carlista de la cooperativa donde trabajaba y conocedores de la situación que se avecinaba.

A mi padre, Antonio Cabrero Santamaría, jornalero y en aquellos días Alcalde Socialista de Pitillas, casado y padre de cuatro hijos, no le entraba en la cabeza que las amenazas fueran ciertas ya que según decía “nosotros no hemos hecho mal a nadie”, “el pueblo nos ha elegido y nuestro deber es mantenernos en las responsabilidades que el pueblo nos ha otorgado y que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir”. Aunque algunos compañeros escaparon o se escondieron, mi padre decidió permanecer en el pueblo. En el Ayuntamiento y junto a su familia.

Aquel triste 20 de Julio de 1936 comenzaron a cumplirse las amenazas. Llegan grupos armados de Olite y ocupan el pueblo. Las iras de las derechas se centran en la figura de mi padre, por medio del cura le dicen que debe entregar la Vara, a lo que mi padre responde “que, si lo hace, será en el propio Ayuntamiento”. En el asalto al Ayuntamiento y viendo cómo destrozan el cuadro de Azaña…y vociferan amenazas, se da cuenta de que el aviso de David Jaime era cierto. En un momento de confusión, consigue salir huyendo. Estábamos en casa cuando el padre entró por la puerta principal, se acercó a mi madre y le dijo “nos van a matar a todos, David tenía razón, me tengo que ir…”. Tras recoger algunas cosas, me abrazó y nos dijo: “cuando vengan a buscarme, entretenerlos por la casa”, nosotros seguimos a rajatabla sus últimas palabras mientras le vimos salir por la puerta que daba a otra calle.

Un vecino del pueblo apellidado Tetuán, percatándose de lo que estaba sucediendo, cogió su pequeño camión y lo alejó varios kilómetros en dirección a La Ribera. Al poco rato, llegaron a buscarle entre gritos, mi madre con mucha templanza les dijo que no estaba en casa. Siguieron los gritos mientras registraban la casa…, ”sabemos que estás aquí”... y pinchaban la paja con una horca. Esta es la última vez que le vi, recuerdo su voz y su cara mientras se marchaba.

A las 11 de la mañana de ese mismo día y bajo la presencia del Comandante de puesto de la Guardia Civil de Olite, procedieron a la destitución del Ayuntamiento legítimo de Pitillas. Mientras mi padre y varias personas de la localidad escapaban, arrasan el Centro de las izquierdas y queman en la Plaza Consistorial las banderas Republicanas y Ugetistas. A lo largo del duro período de guerra, aún no habiendo Frente, de Pitillas asesinaron a más de 20 vecinos.

A la desaparición del padre, tuvimos que sumar la humillación que ejercían los vencedores. Las pasamos canutas. Nos quitaron todo, la trilladora nueva, la cosecha de trigo…y encima nos pusieron una multa de 500 pesetas por no engalanar el balcón de casa el día del Corpus. Mi madre tuvo que vender el único macho que teníamos para pagar y aún le faltaban 50 pesetas que le tuvieron que prestar. Nos hicieron la vida imposible. Fuimos obligados, más de una vez, a tragar aceite de ricino, nos propusieron alistarnos en las juventudes de la Falange y el Requeté “Flechas y Pelayos”, la mayoría de los escolares ya estaban alistados y uniformados. Mi hermano Urbano y yo nos negamos repetidas veces ya que la madre nos dijo: “si venís a casa con ese uniforme os mato a palos”... Uno de esos días, algunos jóvenes del pueblo estuvieron a punto de fusilarnos por “rojos”, nos llevaron entre zarandeos hasta el lugar donde descansaban los soldados, por el camino amenazaban con fusilarnos. Mientras yo lloraba de miedo, mi hermano con sólo 6 años me decía “no sé por qué lloras, yo prefiero que nos maten éstos a que nos mate la madre”. Cuando llegamos, un mando renegó a los que nos habían llevado, éstos insistían en que éramos rojos y nos llevaban para fusilar. El mando, enfadado pegó unos latigazos en el suelo que parecían tiros, recriminándoles por habernos llevado allí. Nos preparó una perola de patatas y nos dijo que volviésemos si teníamos hambre.

Llegó octubre y no sabíamos nada del padre hasta que llegó la noticia de que le habían asesinado en tierras de San Pedro Manrique (Soria). El tío Pablo acude al Ayuntamiento de San Pedro a interesarse por lo sucedido, allí le entregan el cinturón de cuero y la cédula familiar que mi padre llevaba, le dijeron que había muerto y no le dieron información alguna sobre lo sucedido y su paradero. Por otro lado, una cuadrilla de chavales venía a la noche y debajo del balcón de la casa cantaban la canción del “responso” en latín. Uno de estos días que mi madre desconsolada estaba en casa de una vecina, mi hermano Urbano muy enfadado por tanto canto y tanta humillación puso a calentar en el hogaril un caldero de agua. El agua hervía, y yo le pregunté para qué la había puesto, me contestó que “para lavarse los pies”, le dije que el agua estaba ya hirviendo y que se iba a quemar… me contestó que luego ya le echaría fría. Al poco rato, como cada noche, empezamos a escuchar el “responso” y mofas de la muerte de nuestro padre, Urbano sin comentar nada abrió el balcón y les echó el caldero de agua hirviendo, después se armó un gran revuelo, ya no volvieron.

Ante la insostenible vida en Pitillas, la familia quedó dividida hasta nuestros días. Unos en Francia y otros en Tafalla. Mi hermano Juan Antonio, con tres años y medio, se encontraba con su abuelo y sus tías en Ponzano y ya no pudo regresar a Navarra, pues Huesca se encontraba en zona Republicana siendo Navarra Nacional. Mi hermana Josefa, con tan sólo 16 meses quedó a cargo de unos amigos en Andosilla. La madre, mi hermano Urbano y yo nos quedamos en Tafalla. Yo, en régimen de internado en los padres escolapios, sería largo contar las humillaciones y malos tratos recibidos en este tiempo. La madre estuvo 17 años sin poder ver a su hijo pequeño, que había cruzado la frontera con sus tías entre bombardeos. La familia de Huesca escaparon en una carreta de caballos a Francia, a su paso por Rubí, mientras eran bombardeados una tía dio a luz, al llegar a la frontera les quitaron sus pertenecías y les distribuyeron separados por diferentes campos de refugiados. Mi abuelo, el padre de mi padre, no sé cómo en cuanto pudo regresó a Ponzano, allí fue detenido y encarcelado en la prisión de Barbastro.

Tras los años, la madre recompone la familia en Tafalla. La madre nos animaba a que mantendríamos la cabeza alta, sin rencores ni venganzas, y así lo hicimos. Ante la precariedad de vida que ofrecía el franquismo Josefa y Urbano deciden probar suerte en Francia, y allí permanecen de por vida.

Del padre no hubo más noticias, al menos en el entorno familiar. En un principio la noticia causó un gran revuelo, tanto donde le asesinaron, como en Pitillas, pero ningún dato más sobre lo sucedido llegó jamás a la familia.

La madre en 1940, escribió al párroco de Manrique, intentando averiguar sobre lo sucedido y su paradero. Luciano Morga, el párroco, contestó diciendo que aunque “oficialmente no hay nada, la muerte de Antonio Cabrero Santamaría es cierta por los datos que tengo”. “Sobre su paradero, encuentro este punto más difícil pues no sabemos nada acerca del lugar donde fue enterrado”.

Durante el largo periodo de la dictadura, se impuso el silencio franquista y nadie nos dio noticia alguna. Aunque en la parroquia del pueblo, existía un parte de defunción de 1939 en el que constaba como muerto en Fuentebella, (Soria) y que la familia desconocía su existencia.

Toda mi vida he querido conocer lo sucedido, encontrar sus restos, siempre que tuve ocasión de hablar con gentes de esas tierras, les pregunté si habían escuchado hablar sobre la muerte de mi padre, viajé en una ocasión a San Pedro Manrique y hablé con mucha gente, me comentaron que “la muerte del Alcalde de Pitillas había llevado mucho ruido” pero “nadie sabía nada”. De vez en cuando me llegaba algún comentario de alguna persona que parecía conocer el tema, pero en realidad no aportaban dato alguno. En 1978, localice y escribí al párroco que confirmó su muerte, en un colegio de Briones, en La Rioja, pero este continuó con evasivas, diciendo que no recordaba sucesos de esta índole en el tiempo que permaneció en esta zona.

Tras la exhumación de los fusilados en Monreal en la que participé, en muchos Ayuntamientos Navarros han hecho homenajes a sus fusilados y yo he estado en todos los que he podido. Comencé de nuevo a intentar rescatar algún dato sobre el paradero de mi padre, pero pasaron los años y no encontré nada. Desde el 2000,  estamos recogiendo testimonios que poco a poco han ido recomponiendo la historia de lo sucedido. En 2005, encuentro a un hombre que dice ser de Fuentebella. El nos dará una buena pista y nos confirma que fue en su pueblo donde asesinaron al Alcalde de Pitillas y al Maestro de Fitero, (Valentín Llorente Benito), vecino de Igea, La Rioja. Él nos hizo un croquis y nos acompañó al termino de Moscares, en la Sierra de La Alcarama, entre Fuentebella y Sarnago, y allí, junto a un cruce de barrancos, nos situó el lugar donde tenía oído que les habían fusilado. El lugar estaba muy cambiado por la maleza y las pequeñas sendas, que servían de referencia, estaban desaparecidas. No pudimos encontrar la fosa, pero a partir de este momento, en estos cinco últimos años, la investigación familiar, nos ha llevado a conocer lo sucedido en los 40 días que el padre pasó junto al maestro de Fitero, escondidos entre los corrales de Acrijos y Fuentebella. Apoyados por pastores, que les daban comida, mantas y albarcas y a su vez les tenían informados de lo que acontecía.

Tras pasar cerca de 40 días en el Corral de Los Hoyuelos de Acrijos, en el pueblo se venían sucediendo registros realizados por carlistas de fitero e Igea así como por falangista de la zona de San Pedro. Amenazantes, realizaron un simulacro de fusilamiento con varios hombres del pueblo, creando pánico en sus vecinos y diciendo que esto le pasará a quien proteja a los huidos. Tras estos registros y amenazas, varios vecinos de Acrijos se reunieron para ver qué hacer, si entregarles o pedirles que se fueran del municipio, optando por lo segundo. Antonio y Valentín, salieron monte a través de frente a La Alcarama, pernoctando en el Corral de La Era de Alonso, del cercano municipio de Fuentebella. Allí, su alcalde Lorenzo López, junto a cinco cazadores, obligaron a un pastor a delatar el lugar donde estaban escondidos, era la madrugada del tres de septiembre, con nocturnidad subieron hasta el corral y tras disparar un tiro al aire, les hicieron salir del corral, ataron sus manos a una cuerda y barranco abajo les llevaron hasta el chozo de una huerta. Allí les asesinaron, primero al padre y después al maestro, con los disparos de dos de ellos. Al padre antes de ser asesinado, todavía le dio tiempo de decir en alto: “No siento morir, sino que te dejo cuatro criaturas”.

Al día siguiente, el alcalde, mandó a enterrarles, al enterrador junto a dos albañiles, parece ser que hicieron una sepultura con piedras, en la que al tiempo alguien colocaba una cruz con dos maderitas y que algún otro quitaba. Hoy, tras muchos viajes al lugar, continuamos sin encontrar la fosa, pero afortunadamente, la investigación familiar, con la ayuda de diferentes amigos, historiadores y paisanos de la zona que nos han relatado sus testimonios y nos acompañan en la búsqueda, somos conocedores, gracias a todos ellos, de este episodio de nuestra historia familiar que el silencio franquista nos había robado.

Como homenaje queremos colocar en breve, junto a algunas asociaciones,  un monolito que les recuerde, próximo al lugar donde les asesinaron y todavía permanecen “desaparecidos”. En el no faltara la acertada jota que cantaron a mi padre cuando fue elegido alcalde.


Atentamente: Valentín Cabrero Urzain 
Tafalla, 15 de diciembre de 2009